Cogemos una cinta corta y la unimos a la cabezada mediante un nudo.
Seguidamente, cogemos un extremo de la cinta y lo pasamos por la ojo de la aguja, tal y como si fuera un hilo normal y corriente. No lo pasaremos todo; bastará un pequeño trocito, un par de centímetros, lo suficiente para que no estemos pendientes a cada puntada de si se desenhebrará la aguja.
Ahora con mucho cuidado, debemos ir pasando la cinta, sirviéndonos de la aguja, por entre las dos trenzas. Para ello seguiremos el tradicional esquema en cruz, de modo que cuando acabemos de "coser" las crines con ambas cintas, el resultado cromático obtenido sea alternativo y uniforme (fijaos bien en que siempre monte la cinta de un lado sobre la otra, ya sea la de la izquierda sobre la de la derecha o viceversa).
Esta labor tan aparentemente sencilla necesita mucha delicadeza y, ante todo, ser muy cuidadoso para evitar que el caballo dé algún tirón (por la causa que sea) y se clave la aguja mientras estamos cosiendo. Así pues, conviene hacerse con una posición segura que nos garantice minimizar los riesgos existentes para el caballo en este punto. Para ello, podemos utilizar un taburete o bien, hacer las cosas "al modo de la Partida".
¿Y cuál es el "modo de la Partida"?
Pues muy sencillo: subirse a pelo a lomos del caballo. De este modo, ganaremos más altura que con el taburete y notaremos cualquier leve movimiento del caballo, por lo que podremos prever y adelantarnos a todas sus acciones (evitando, por tanto, los riesgos de pinchazo de nuestro querido animal con la aguja). Si este argumento no os ha convencido, siempre nos queda "El Argumento por Antonomasia": lo hacemos así porque es más divertido. Y es que ante una razón de tanto peso, nadie puede resistirse.
Cuando ya hayamos cubierto todas las trenzas con las cintas de raso y hayamos llegado a la base del cuello (y al final de las trenzas), uniremos las cintas cosiéndolas entre ellas mismas.
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