Las competiciones medievales acabaron rigiéndose por ciertas reglas y normas. Cuando se dejaban de lado los reglamentos no se conseguían más que accidentes, algunos de ellos mortales, lo cual no interesaba demasiado. El torneo fue la disciplina que más se practicó durante la edad Media.
Su origen queda aun sin aclarar, aunque los alemanes se jactan de haber sido sus inventores. También en Francia, Roma y Grecia se atribuyen sus inicios, todos ellos oscuros. En la Eneida, Virgilio lo describe como práctica de los antiguos troyanos. No obstante los torneos diferían mucho de un lugar a otro, y por lo tanto puede aceptarse la idea de que cada país los organizó con rasgos diferentes, siempre con la idea de realizar entrenamientos para la guerra, y que por lo tanto no cabe hablar de plagio.
Más tarde se crearon "códices" para el desarrollo de estas competiciones, y con ellos la unificación de criterios o coincidencias en su práctica. Las reglas expuestas por el francés Geofrey de Preuilly fueron adoptadas universalmente, y por tal motivo, a partir del siglo XIII se aceptó la posibilidad de que éste fuera el fundador de esta práctica, o al menos que consiguió dar una idea exacta de ella. Lo más caballeresco en los torneos es la presentación y boato con el que se rodean.
La realidad era distinta, y casi siempre terminaba en sangre. Dos grupos o equipos de caballeros acudían a la hora prevista ante las tribunas, repletas de damas y caballeros, todos ellos luciendo sus mejores galas. Los dos bandos iban precedidos de trompeteros, maceros con el capitán árbitro, pendones, escudos, criados, y palafraneros, ataviados con sus mejores trajes y portadores del escudo de armas
Terminado el desfile, ambos equipos se colocaban en la arena, enfrentados, y a la señal del capitán-árbitro, armas en ristre se lanzaban unos contra otros, en medio de los denuestos de los luchadores empeñados en desmontarse mutuamente. Los que quedaban en pie seguían luchando con toda clase de armas. A medida que la pelea se prolongaba, los ánimos se encrespaban y la "fiesta" terminaba a la hora de la puesta del sol si con anterioridad no había quedado uno de los dos bandos como claro vencedor.
Al pasar balance, el vencedor podía quedarse con la armas y el caballo del derrotado, al que incluso podía exigir el pago de un rescate. Aparte del botín recibía un delicado obsequio (casi siempre una joya) de la dama principal, designada como "reina" del festejo.
Pero los torneos fueron degenerando en su práctica, pues hubo momento en que se convirtieron en auténticas batallas, ya que a la pugna se unían partidarios de los dos bandos contendientes. Muy cerca de Colonia, en el año 1240, en un solo día murieron más de cincuenta caballeros.
Hasta principios del siglo XIV no hubo fiesta importante donde no se celebrara un torneo y por tal causa la disciplina fue degenerando. Hubo caballeros que formaron grupos profesionales con el fin de conseguir los botines y rescates asociados a los torneos, movidos por el afán de lucro y exponiendo el mínimo.
Las justas eran unas manifestaciones totalmente distintas de los torneos, pues consistía en un duelo entre dos caballeros, lanza en ristre y bien acorazados, que se atacaban mutuamente de frente, consiguiendo el triunfo el que consiguiera derribar a su oponente.
También estas tuvieron en ocasiones consecuencias trágicas, ya que no pocas veces las lanzas atravesaban las armaduras, y esto, junto con la fuerza del impacto, provocaba la muerte o por lo menos heridas graves entre los contendientes.
En las justas, para que la competición fuera más limpia e incluso proteger a la cabalgadura, se llegó a deslindar los terrenos de uno y otro contendiente con una valla de por medio. Más tarde aparecieron unos códices escritos también por el francés Preuilly, y se llegó incluso a establecer la utilización de escudo con el brazo izquierdo mientras habitualmente se enarbolaba la lanza con el derecho.
Hay anécdotas, como la muerte del rey francés Enrique II, esposo de Catalina de Médicis, que demuestran lo peligrosas que podían llegar a ser las competiciones.
Vista la peligrosidad de algunas de estas gestas, se buscó otro medio que permitiera la demostración de habilidad del caballero y ofreciese mayor emoción. Había que convertir un duelo en un juego de competición, y así surgió la idea de "romper lanzas".
En lugar de desmontar al contrincante con la lanza de combate, tratóse entonces de romper la lanza, de madera y sin su contera de hierro. El juego consistía en arremeterse como en las justas, pero al chocar la lanza con el escudo, el "arma" se rompía. Podían romperse tres lanzas en cada actuación de una misma pareja, y todo consistía en procurar que la lanza no resbalara en el escudo del contrincante. De esta forma, las justas se convirtieron en juego de competición, con cierto riesgo pero sin el peligro de las pruebas anteriores.
La justa tuvo en la rotura de lanzas su inclinación hacia lo deportivo. Y análogamente los torneos lo tuvieron en" el juego de las cañas", menos comprometida, y de consecuencias más leves.
En el juego de las cañas, se realizaban preparativos muy parecidos en su boato al que precedía a los torneos. Era un juego español por excelencia, que tuvo gran predicamento en las diversas cortes hispanas. Para practicar el juego era preciso disponer de caballos muy bien domados y sus jinetes debían ser sumamente hábiles y capaces de actuar sobre el corcel con gracia y soltura de movimientos.
Una sugerencia: si te gusta escribir podrías iniciarte con una historia de caballos y poner un capítulo de vez en cuando por el blog, creo que tienes muchas posibilidades. A mí las historias de la Edad Media me gustan mucho. Almu
ResponderEliminarPufff, es que a mí lo de escribir... se me da más bien mal.
ResponderEliminarNo se yo, lo pondré en la lista de proyectos
XD
Por cierto, gracias por lo de esta tarde.
Muy chula la entrada. Aficionado como soy a la fantasía épica, todo lo relacionado con la edad media me atrae. Me ha hecho gracia cuando has aclarado que la mayoría de los torneos no eran esas peleas edulcoradas que salen en algunas películas, porque yo también lo he pensado muchas veces cuando veo armas antiguas: estaban hechas para el combate a lo bestia, y no para exhibiciones caballerescas, je, je.
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