En la segunda mitad del siglo XIX varios fueron los científicos que intentaron demostrar que los animales poseían una inteligencia muy superior a lo que hasta entonces se había pensado, todo ello desarrollado a raíz de las publicaciones de Charles Darwin en las que hablaba de la descendencia animal del ser humano.
Las plazas y teatros se abarrotaban de curiosos que querían observar al nuevo fenómeno. Era un tiempo en el que las demostraciones ambulantes de todo tipo de rarezas o prodigios triunfaban y conseguían un gran número de espectadores que asistían a cada función.
Von Osten había ejercido durante la mayor parte de su vida como profesor de matemáticas y era un adiestrador aficionado de caballos, lo que ambas cosas lo llevaron a poder conseguir la proeza de enseñar a realizar sencillas operaciones aritméticas a su animal.
Pero no tardó en aparecer quien puso en duda que realmente Clever Hans supiese realizar todas esas espectaculares operaciones, sin que se escondiese algún tipo de truco tras el espectáculo.
En 1904 el psicólogo Carl Stumpf fue uno de los que más empeño le puso para destapar la trampa, convencido de que era imposible que ese caballo tuviese una inteligencia superior a la de los demás equinos.
Tres años después, los estudios llevados a cabo por el también psicólogo Oskar Pfungst fueron conocidos como "el Efecto Clever Hans" y en ellos explicaba cómo el animal llegaba a responder correctamente gracias a algún tipo de estímulo o señal realizada por su instructor.
En el 90% de las pruebas realizadas a Clever Hans sin la presencia de Wilhelm von Osten dieron un resultado erróneo, mientras que cuando éste se encontraba presente el caballo respondía mayoritariamente de forma correcta.
Pfungst supo demostrar que en realidad el caballo acertaba si la persona que le formulaba la pregunta sabía la respuesta y, por el contrario, si ésta desconocía la solución Hans la fallaba.

A pesar de las voces discordantes, el fenómeno de Clever Hans se hizo famoso en toda Alemania, llenando hasta los topes cada vez que se presentaba en un espectáculo y las conclusiones presentadas por Pfungst pasaron de largo para el gran público, aunque su estudio quedó como uno de los más importantes en su campo.
¡Ya había leído algo sobre este caso! Si no recuerdo mal, lo que pasaba es que el animal detectaba los sutiles cambios en las facciones del dueño cuando había dado el número correcto de golpes con la pezuña, y llegado a ese punto se detenía. Lo sorprendente de la historia no es descubrir que el caballo no sabía aritmética como imaginaba su dueño (que no estaba timando a nadie, sinceramente creía que su caballo sabía contar), sino la sorprendente sensibilidad de muchos animales a la hora de leer las reacciones humanas. Ah, por cierto, algunos animales sí saben contar, como los cuervos ;)
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